La Comunicación para el Desarrollo implica referirnos conceptualmente al periodo de surgimiento de una economía política de la comunicación, enmarcado en la ruptura con la concepción clásica del desarrollo como resultado de un profundo viraje en las tesis sostenidas sobre la historia del capitalismo moderno.
Inicialmente se orientó hacia una reflexión sobre el desequilibrio de los flujos de información y de productos culturales entre los países situados a uno y otro lado de la línea de demarcación del “desarrollo”. Este enfoque puso en principio, especial énfasis en la perspectiva del proceso de comunicación como íntimamente ligado al concepto de desarrollo y asume a los medios de comunicación como agentes del mismo.
Tiene gran auge durante todo este periodo la Planificación de la Comunicación para el Desarrollo:
Se trata de la preparación de planes a largo y corto alcance (o sea estratégicos y operacionales) para un uso eficaz y equitativo de los recursos de la comunicación, dentro del contexto de las finalidades, medios y prioridades de una determinada sociedad; planes que por lo demás, están sometidos a las formas de organización sociales y políticas prevalecientes en esa sociedad. (Hancock. A. 1978).
Sin embargo, la determinación tecnológica implícita en las nociones de desarrollo de la época, y los reduccionismos que las mismas conllevaban, provocaron un desplazamiento hacia el planteo de interrogantes sobre la calidad de vida y la igualdad de participación social, y poner mayor énfasis en desarrollar las habilidades propias de una región y en fomentar una menor dependencia.
Los proyectos implementados consistieron fundamentalmente en programas de cooperación técnica con agencias gubernamentales para trazar nuevas utilizaciones de la comunicación como recurso estratégico para alcanzar el desarrollo de las economías, y las comunidades nacionales; basándose en criterios econométricos, intentaron reproducir los procesos de las naciones capitalistas industrializadas que se ofrecían como paradigmas del desarrollo.
Desde el punto de vista del rol asignado a la Participación durante el período al que nos estamos refiriendo, vale decir que, entre Planificar para la Participación Popular y Planificar con Participación, en el mejor de los casos, las experiencias de planificación desarrolladas en América Latina se encuadraron en lo que se denomina “Planificación con Participación”, es decir, hicieron de la participación un aspecto meramente instrumental. Sin que esto signifique por supuesto que los programas de asistencia técnica o de consultoría muestren siempre esta discreción, ni que el análisis de las situaciones sea siempre completo, ya se trate de Agencias de Cooperación Internacional, o bien de iniciativas locales.
Ya entre mediados y fines de los setenta la economía política de la comunicación reflexiona no ya sobre la industria cultural, sino sobre las industrias culturales:
El paso al plural revela el abandono de una visión demasiado genérica de los sistemas de comunicación. En un momento en el que las políticas gubernamentales de democratización cultural y la idea de servicio y monopolio públicos deben afrontar la lógica comercial de un mercado en vías de internacionalización, se trata de entrar en la complejidad de estas diversas industrias para intentar comprender el proceso creciente de valoración de las actividades culturales por el capital (Mattelart A. y M., 1997).
En la década del 90, con el advenimiento de la “globalización”, la Planificación como agente de implementación de Políticas Públicas se licua detrás de los objetivos de los planes estratégicos de las distintas empresas transnacionales, que se reparten el mercado como metáfora “única” y “suficiente” de la sociedad, transformando al campo de la comunicación: de ser “un” recurso estratégico para el desarrollo económico de las comunidades, a ser “el” contexto en el que se desenvuelve la etapa trasnacional del sistema económico capitalista.
En este contexto general, a medida que los valores de la empresa y del interés privado se iban haciendo predominantes, coincidiendo su desarrollo con el retroceso de las fuerzas sociales y la retirada del Estado–Nación, la actividad comunicativa cambiaba de naturaleza y de rango: se profesionalizaba, irrigando numerosos campos de competencia y peritación, multiplicando sus oficios.
Finalmente, en la primeras décadas del siglo XXI, se llevan adelante distintas propuestas e iniciativas desde el Ámbito Público, Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) y también de Organismos Internacionales, que revitalizan la Comunicación para el Desarrollo a partir de la emergencia de nuevos contextos sociales, económicos, políticos y tecnológicos.
Referencias:
Hancock, Alan: Planificación de la comunicación para el desarrollo. Marco operativo de referencia, CIESPAL-UNESCO, Quito, 1981.
Mattelart, A. y M. (1997). Historia de las Teorías de la Comunicación. Buenos Aires: Paidós.
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